24 de abril de 2011

El 'quijote' de Playa el Toro



La playa el Toro, en Pedasí (Panamá), merecía una visita tranquila, reposada, matinal y sin prisas. Tenía unos dos kilómetros de costa con arena amarillo/parda y completamente rodeada por una loma baja, casi sin vegetación.
Llegó hasta ella una mañana de enero, con el sol fuerte pegando en su ya brillante cráneo y escasa cabellera. Allí encontró, después de caminar una larga media hora desde el pueblo, un simpático personaje. Panameño, bohemio asentado, defensor y conocedor del lugar, con movimientos propios de propietario que imprimía a la extensa y solitaria playa un halo de seguridad. Sin palmeras, tenía ésta algunos incipientes árboles panamá que daban ligera sombra. Bajo uno de estos, y algún que otro despistado matorral, tenía su precaria residencia Arturo Cabezas, el ‘quijote’ de Playa el Toro, llena de bártulos, trajes de baño olvidados, flotadores, sacos de dormir colgados, chanclas usadas, cachivaches, trozos de redes de pesca en las ramas, fósiles, ‘achiperres’, neveras de plástico, colchonetas, cuchillos, platos de aluminio, leña a medio quemar, restos de comida reciente, y no tanto,….
Hablar con él era un verdadero gusto, tenía esa sabiduría bohemia, temple de extemporáneo hippie y simpatía de personaje feliz. Ofrecía la morada en la arena como propia (y propia era, hasta que algún complejo turístico, ya en ciernes, le rompa su encanto) y compartía sus enseres con calor y amistad. Pasó este viajero insatisfecho parte de la mañana tirado en su modesta hamaca, escuchando más que hablando de la vida en general. Fue su amigo temporal (junto con dos rapaces que se dedicaban a pescar, y una pareja -habitual, decían-) y disfrutó de su filosofía vital como si fuera un bohemio más.

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14 de abril de 2011

La venganza del siervo ambulante

Chandni Chowk, en Old Delhi

Al viajero insatisfecho le produce cierta alegría que los más pobres entre los pobres se puedan vengar de los más ricos o también modernos, sean ejecutivos (o no), turistas o sabuesos de la Bolsa.
Cuando visitó alguna de esas ciudades/malditas (y hay muchas en el ancho Globo) donde la gente mísera/pobre alcanza cotas extremas, ciertas imágenes tristes le produjeron un hálito de alegría. Siempre tuvo este mochilero la sensación de que esas calles estrechas de Old Delhi (India), donde los perros flacos dormían su siesta permanente, y esas avenidas viejas y atestadas del Chandni Chowk (ver fotografía) estaban ahí para escarnio del alto y rico empresario burgués.
Ahí era donde los pobres no reprimían su venganza.
La sobreabundancia de bicicletas, mototaxis, rickshaws (taxis-bicicleta), carros desvencijados tirados por ‘parias’, vacas sagradas tumbadas en la calzada, peatones cargados de fardos y bultos convertían esa vía bacheada y polvorienta, llena de desperdicios y olores, en un martirio para el que viajaba en limusina y era sometido a ritmo de la ajetreada vida capitalina. El hombre que leía sentado cómodamente el periódico matinal en su parte trasera tenía que esperar inevitablemente, entre otras cosas, a que la vaca sagrada decidiera, después de sonoros pitidos, levantarse y caminar lento para cambiar su lugar de sesteo. Tampoco la camioneta de reparto de ordenadores, símbolos de modernidad, o quién sabe qué otro artículo de última tecnología, iba más deprisa que el hombre que cargaba en su rickshaw siete voluminosos fardos de retales y desperdicios de un taller textil.
El rico y la moderna tecnología caminaban detrás, y a ritmo del siervo ambulante.

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6 de abril de 2011

El "nuevo Guggenheim" de Panamá

Para proteger del intenso oleaje la salida del Canal de Panamá al Pacífico y aprovechando el material terrero y rocoso sobrante de la excavación del Corte Culebra, los americanos se inventaron entonces (a primeros del siglo XX), al construirlo, un sólido dique que además sirvió para unir tres pequeñas islas (Naos, Flamenco y Perico) al continente, constituyendo así una artificial y rectilínea península, lengua de tierra en el mar, apodada Calzada de Amador. Convertida por los panameños en lugar de paseo, desde ella uno tenía unas espléndidas vistas de los rascacielos de la ciudad y del ‘puente de las Américas’. Ahí, precisamente ahí, en esta popular calzada, se estaba levantando lo que este viajero insatisfecho se atrevió a llamar, según lo vio, el ‘nuevo Guggenheim’. Se podría decir lo mismo de su esqueleto (era lo que había en aquel instante) que lo que decía la página web del Guggenheim Bilbao consultada: “obra del arquitecto americano Frank O. Gehry, constituye un magnífico ejemplo de la arquitectura más vanguardista del siglo XX [XXI, en este caso]. El edificio [esqueleto] representa en sí un hito arquitectónico por su diseño innovador y conforma un seductor telón de fondo para la exhibición” de la biodiversidad del planeta.Se llamará Biomuseo o Museo de la Biodiversidad.Y parece mentira que después de todo lo que criticó y despotricó, el que esto suscribe, de los numerosos rascacielos que siguen aún elevándose en Panamá City, traiga a esta ventana, y reseñe admirado, la estructura y obras de este edificio singular.Aunque precisamente por eso es, por ser singular.

Museo de la Biodiversidad (en construcción), de Frank O Gehry




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