19 de julio de 2011

La publicidad invasiva es ofensiva

En ciertos países africanos la presión de la publicidad es tremendamente invasiva. Y no es que su presencia sea mayor o menor que en otras regiones del planeta pero sí se evidencia en formas y maneras más infantiles, sencillas (con esa sencillez que ofende), descaradas y sensibles, pasadas ya de moda en ciertos países europeos; o al viajero insatisfecho eso le parecía.
[Confiesa públicamente su malestar con ese tipo de publicidad que mete sus narices en parcelas humanas demasiado afectivas con el propósito, eso sí como el resto, de captar la atención para luego entregarles algún mensaje].
Esas estatuas coloreadas de Coca-cola, en Vieira (Mozambique), situadas donde en Madrid, por ejemplo, aparecería ‘Felipe IV, a caballo’, catapultaba al producto americano a símbolo de la historia de ese país africano. ¿Qué mensaje estaban entregando?.
¡Demasiado entrometido!.
La publicidad se centraba en variadas plazas o rotondas.
¡Poco tacto!
Para evitarla, el viandante podía modificar el itinerario o mirar a otro lado.
¡Inconveniente añadido!
Casi un parque temático de la publicidad. Si en Disneylandia el puesto donde se vendían ‘perritos calientes’ tenía forma de salchicha, en Mozambique su ‘particular Felipe IV’ tenía forma de botella de Coca-Cola.
Todo un manipuleo continuado y peligroso que, en fin, parece todo un intento de ‘matar moscas a cañonazos’.

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11 de julio de 2011

El simpático descaro adolescente

La ciudad de La Palma, capital del Darién (Panamá), miraba al Pacífico entre viejos palafitos, que eran bares, hoteles (en uno de ellos, pernoctó tres días) casas particulares y tiendas de comestibles o cachivaches. Una mediana población que recogía gran número de colombianos ilegales, a quienes las autoridades panameñas no dejaban avanzar e internarse en el país con sus intermitentes controles en la única carretera que le cruzaba, la ‘Panamericana’.
Siempre fue el permanente callejeo una de las estrategias diseñada por el viajero insatisfecho para conocer aquella y otras muchas ciudades. Paseó por serpenteantes senderos llenos de escaleras con subidas y bajadas que rompían el ritmo y cansaban al caminante. Y así, al final de uno de estas largas caminatas, en los alejados suburbios siempre peligrosos de aquella capital, puerta del selvático territorio del Darién, descubrió, entre un pequeño acantilado, un solitario tenderete con gasolinera para barcas; a unos niños con camisetas de la selección de Portugal, (¿por qué no la española?. Les daba igual) y un poblado de indígenas ‘emberá’, lleno de trabajadores integrados, que se desperezaba del usual calor de la tarde. El paseo del andante mochilero por delante de una de aquellas casas de madera alertó a unas simpáticas jóvenes, cuidadoras de unos pequeños, de que había intruso/extranjero, ideal para risas y chanzas, carantoñas lejanas y sensualidades adolescentes.
Una guapa morena no-emberá era la de mayor descaro. Era como una flor, azahares o jazmines, pintados por Sorolla pero también un cuerpo cincelado para sucumbir a Los burdeles de Páprika de Tinto Brass. Aquel día, sin motivo aparente, se mostraba dando alegres gruñidos, simplemente porque sus hormonas, quizás, le estuvieran jugando una ‘buena pasada’. Después de una descerebrada charla, se despidió del viajero lanzando ‘cientos de besos' al aire, con picardía y esa presunción excesiva sobre su capacidad sexual, no exenta por contra de cierta timidez.
Su condición era poesía pero sus maneras despuntaban una dulzona insinuación.
Una niña, y su inevitable venida a mujer.
¡Rápido!.
¡Rápido!

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5 de julio de 2011

La historia se repite: los corzos

Si hace un año un corzo se salvó de morir ahogado en un canal cercano, este año dos pequeños se libraron de una muerte segura entre las cuchillas de una segadora.
La madre huyó de un salto del peligro: la ruidosa segadora; pero a los inocentes pequeños que la acompañaban, su instinto les pedía agacharse y esperar. Ahí dictaron su sentencia de muerte, si ‘Polito’, alertado, no hubiera detenido la máquina.
No hace falta ser naturista, ni naturalista para admirar la belleza de estos ungulados. El corzo es un animal que puede vivir tanto en bosques cerrados, como en amplias praderas. Actualmente en España la distribución del corzo sigue en expansión (¡suerte!). Antes, hace años, en el terruño del viajero insatisfecho ni se les conocía; la zona les era vetada.
Su dieta, basada en el consumo de hojas de arbustos y árboles bajos, así como bayas y brotes tiernos. Sus hábitos son crepusculares, rara vez visibles durante el día, que suelen pasar escondidos entre la espesa vegetación.
Como en la anterior ocasión, los pequeños animales disfrutaron de su libertad después de visitar los espíritus de los monjes que duermen el sueño eterno en los sarcófagos que encierran esos muros milenarios.
De nuevo, ¡Bravo ‘Polito’!.



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